Liza López
Casi todo el mundo tiene una Edad de Oro, un momento culminante de su propia vida o de la Historia donde todo le parece mejor, más vívido, más amable; esta Âge d’Or es para ellos una época cifrada en que refugiarse o evadirse si existiera una máquina del tiempo.
Yo, en cambio, tengo un Lugar de Oro, un sitio donde solo imaginándome que camino por sus aceras me siento mejor, mi Lieu d’Or de modo amplio es Francia y de modo particular es París. Porque allí me parece que las nubes son más algodonosas, que los parques son más misteriosos, que se estornuda con más fuerza y que hasta el metro es poético. Por eso cuando caí en el marasmo del paro, después de meses y meses sin esperanza, sintiéndome excluida e insignificante, lo único que me animaba era mi refugio de oro, allí donde las cartas de Truffaut flotan sobre las notas de Satie, donde los fotogramas de Marguerite Duras me situaban bajo un puente, donde un té en la Galerie Vivienne sabe a libro viejo y donde Cortázar conoció la otra cara de la luna.
Mi Lieu d’Or fue mi punto de partida y la necesidad el detonante, así nació BONJOUR, un rincón de mi casa donde desmonto hebillas de un cinturón, lágrimas de cristal de una lámpara, llaves que compro en el Rastro, cadenas de un bolso y monto (de modo deliberadamente autodidacta) pendientes, colgantes, pulseras y broches, iniciando así una cadena de acciones inspiradoras: buscar un nombre para la pieza en cuestión (en français, bien sûr) o llamarla como lo que leo o escucho, luego, tengo que hacerle una foto en algún lugar o cerca de algún objeto que me recuerde a París y subirla a mi página de Facebook y cuando alguien la compra, la envuelvo con mimo y preparo una carta de agradecimiento con tinta sepia y me voy corriendo a Correos, entonces, las nubes son más algodonosas, los parques se vuelven misteriosos, y noto que se estornuda con más fuerza, mientras el viento susurra una vieja canción de Moustaki: “…C’est le souffle du vent au sommet des collines/ C’est une vieille ruine, le vide, le néant/ C’est la pie qui jacasse, c’est l’averse qui verse/ Des torrents d’allégresse, ce sont les eaux de Mars…”