Blanca Sotos

B es incapaz de escribir su propia biografía; le parece muy complicado. Sus máximas son voluntad y disciplina, pero deja todo a medias. No tiene carnet de conducir, escribe a máquina, habla mal bastantes idiomas, fue vegetariana por amor, a ratos es insomne, estudió filosofía, desayuna cocacola y un cigarro, y se partió los dientes montando en la bici de su hermano. Lleva cuatro meses deambulando por Norteamérica y su sueño es vivir en Tijuana. Ha trabajado de muchas cosas; la última, de editora y la siguiente, quizá, de fichera. Es laísta y le da igual.

Tijuana en milquinientos caracteres: Aquí empieza la patria.

Algo pasó el 11 de julio de 1889, algo le sucedió a Luis Donaldo Colosio, nada al Lobo Hank y quién sabe qué a Juan Soldado, a Mario Aburto y a otros tantos… Algo tuvo que ver en todo esto el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, el Casino de Agua Caliente y el Foreign Club. PRI-PAM-POUM!

Pesos y dólares, español e inglés, saguaros o manatíes; trocas, sombrerudos, putas y jotillos; farmacias y colegialas en uniforme con medias por debajo de la rodilla, burros disfrazados de cebras y… ¡banda, norteña, polka y yeyé! Víboras y alacranes, la Rumorosa y el mar, diversión y esparcimiento, el Diablito y el Tiburón, la barda y el yonque, Tecate y César’s…

Cineastas y diseñadores, bailarinas y escritores, músicos y migrantes, estudiantes y policías motorizados toman las calles y comen elotes frente al mar junto a carteles de desaparecidos, tullidos, maquilas y pescadores.

Temblores, perros, tacos de pescado y tostadas de ceviche, versiones del Tri en el camión, balaceras a la puerta del CECUT y filas de tres horas en la línea. Travelos cumbiancheros, cowboys maricas, indies aguerridos, catedrales atestadas de colmillos, familias gringas tomándose fotos, quinceañeras revolcándose en las playas de Rosarito, ficheras cincuentonas borrachas perdidas… Tequila, mezcal y agua de jamaica; chilaquiles en salsa verde, jícama y paletas de chile; Faritos, Alitas y Delicados sin filtro −para gente bien diferente−; y el desierto a la vuelta de la esquina… la esquina más occidental de Latinoamérica.

Sería de muy mal gusto comparar a TJ con NY. Y sería desatinado, porque Tijuana es autorreferencial; es algo así como la ciudad que se busca a sí misma. Sobre todo de noche. Dicen por ahí: “En Tijuana te recibimos con las piernas abiertas”. Mariguana, cocaína, éxtasis y alcohol. Y rockolas, miles de rockolas. La Coahuila y el Zacazonapan, la Sexta y la Revo, Playas y Olivos, el Pasaje Gómez y Walter Benjamin… San Ysidro, San Diego, San Antonio. Y justicia, al fin, porque si guardas tu encendedor en el bolsillo derecho de tu pantalón, hasta el último imbécil sabrá que en el bolsillo derecho de tu pantalón portas un encendedor al que apenas le quedan dos suspiros. Todos excepto tú.

Ni anglo, ni latina: Agitación y Revival. Cuando hace seis años pisé Tijuana por vez primera pensé: “si he de morir que me muera en Tijuana”. Me ha costado seis años regresar y darme cuenta de que lo que yo quiero es vivir en Tijuana. A mí, Tijuana makes me happy; a ti seguro también. La primera frontera, la única frontera que separa a Tijuana del mundo está en tu cabeza. Sólo Rita Hayworth podía surgir de semejante pompa de jabón.

  • 2012