Pablo Iglesias
Ir a que te pinten. A que te pinte Iván.
Es raro. Muy raro. Eso es lo pensaba yo.
Y por eso me atreví a lanzarme.
Por hacer algo que no haría.
Por no hacer lo que quizás sabía.
Y no podía estar más confundido.
Nada fue cómo esperaba.
Iván te invita a entrar en su mundo.
Te hace sentirte cómodo.
Estar y no estar.
Y no te pinta.
Te mira.
Te habla.
Te escucha.
Y casi no mueve las manos.
El lápiz apenas roza el papel.
Y, ¿yo a qué venía?
No sabes si lo que pretende es esbozar tu silueta.
O plasmar con sigilo el baile de tus palabras.
El tiempo pasa rápido.
Y antes de que te des cuenta.
Ahí está tu retrato.
Unas pocas líneas sumergidas en un baño de color.
Y entonces te planteas.
Que quizás.
Sólo quizás.
Puede que cuente más de ti que tú mismo.
Ése el regalo de Iván.
Dejar que te mires a través de sus ojos.
Descubrir que si pintas algo en este mundo.
Es porque alguien es capaz de atrapar en unos pocos trazos.
Lo que ignoran tus palabras.