Luis Sampedro

Impulso anunciado.
Casi sin salir de Barajas, el corazón me latía como cuando estás por tener una cita con la persona que podría ser para toda la vida.
Madrid me enamoró en un instante.
Sin ser monumental, ni estrepitosa, y mucho menos ostentosa, su belleza se confirma cada vez que le echas una mirada y te salta nueva, coqueta, fuerte, sonriente, chulapa.
Como vivir sin…
El Palacio Real y su piedra lineal.
El Jardín del Moro y algún pavo volando hasta la rama más baja.
La Plaza de España, magníficamente enmarcada en el Edificio España (nadie tiene poder para derribarlo por favor), el Quijote y Sancho Panza sacándose fotos con tantos fanáticos seguidores que aunque no los hayan leído completamente, les tienen como referencia de los más notables caballeros  andantes.
La Gran vía y la luna llena escapándose por ella.
Tantos rincones, que a la vuelta de la esquina y aunque estés en pleno centro, estás en el pueblo.
La Cibeles orgullosa de vestirse de arco iris.
El Neptuno pudiendo sobre las dificultades de los mares.
El Retiro brotando de día y de noche.
El Prado, el Reina Sofía, el Thyssen, exitandote siempre.
La casa de la miel y el placer de llevarte el frasco lleno y algunas especias.
El Cine Doré y la convicción de que la máquina del tiempo existe.
Los teatros, a los que se han sumado más rincones de pequeño formato, es que tenemos mucho que decir.
Chueca, Malasaña, La Latina, el barrio de Las Letras, Moncloa, Argüelles y Salamanca, marcha continua de contingentes de todas las estirpes y calañas.
Lavapies intercultural, la señora de toda la vida golpeando la alfonbra para sacarle el polvo y el moreno haciéndote señas por si querías algo.
La Puerta del Sol y su ejemplar 15-M
Atocha y el vacío de los arrancados.
La calle Arganzuela, la mía, con hipoteca y con edificios que pueden hundirse, que nace en la Fuentecilla y baja hasta el Campillo del Mundo Nuevo, mis dos ventanas al cielo desde abajo, viendo venir a los que recorrieron el Rastro.
Tirso de Molina colmado de flores y Antón Martín con su ramalaje da callejuelas sabrosas.
El Manzanares y sus kilómetros de jardines para jugar aunque seamos adultos.
Caminar por Madrid me devuelve el alma, pero… si yo soy de los que no cree en el alma. Tal vez esté cambiando… ¿Madrid mi alma?
Su gente.
Hago silencio respiro y el corazón me tiembla como ese día en Barajas.
Su gente y su estilo, para toda mi vida.

Luis Sampedro, actor y director, dirige el Espacio Teatro de la Vida.

  • 2014