Gabriel Ferrer
Pues sí. Resulta que yo tenía una libreta de esas en la que vas pegando recuerdos y retazos que vas encontrando por el camino. «Libreta de cosas», les llamamos.
Y un día me da por pegar entre sus hojas los dibujos que un joven ilustrador hacía para una marca de tabacos. Así, con pocos colores y titulares contradictorios.
Y pasa el tiempo y piensas que te gustaría dibujar como ése o aquel ilustrador que guardas entre las hojas del recuerdo.
Y un día, pues sí, un día te enteras de su nombre. Y de que su estudio está en la misma calle en la que vives. Y que además busca personas para dejar su huella en el papel a través de un afilado lápiz.
Y te apuntas.
Y llega el día. Y el estudio tiene unas vistas de película. ¡Qué gozada trabajar aquí!, piensas. Y la silla es tal y como te la habías imaginado. Iván no, Iván es más alto y tiene un peinado «diferente», como de artista descuidado.
Y todo es fluido y charláis. Sobre vuestros planes. Y sobre tu podcast de radio. Mientras el lápiz sube y sube y baja y baja sin descanso.
«Te digo lo que pienso: hay que mantenerse ocupado. Hay que hacer cosas» dice Iván mientras gira por primera y última vez el bloc.
Y el dibujo, más grande de lo que pensabas está acabado, con tu barbilla materna, tus manos nerviosas y tu camiseta de superhéroe.
Pues sí Iván, piensas, «lo has clavado.