Gabriela Atencia

«Y luego de un instante, dijo:

—Andávamo arriba la mondaña con lo chico de Cafaredda e ne sentábanlo mirando al mare. Comíamos castaña asada… ¡Quiddo mare azule!

Tito llegó con el mate y la pava.

—Ya t’está hablando del paese, seguro. ¡Eh, viejo, no lo canse al pibe con todo eso bolazo! —mientras le guiñaba un ojo a Martín, sonriendo con picardía.

El viejo negó, meneando la cabeza, mirando hacia aquella región remota y perdida. Tito se sonreía con benévola ironía mientras cebaba mate. Luego, como si el padre no existiera (seguramente ni oía), le explicó a Martín:

—Sabe, él se pasa el día pensando al pueblo que nació.

Se volvió hacia el padre, lo sacudió un poco del brazo como para despertarlo, y le preguntó:

—¡Eh, viejo! ¿Le gustaría ver aquello de nuevo? ¿Ante de morir?

El viejo respondió asintiendo con la cabeza varias veces, siempre mirando a lo lejos.

—Si tendría de cuelli poqui soldi ¿se iría en Italia?

El viejo volvió a asentir.

—Si pedería ir aunque má no sería que por un minuto, viejo, nada má que por un minuto, aunque despué tendría de morirse, ¿le gustaría, viejo?

El viejo movió la cabeza con desaliento, como diciendo «para qué imaginar tantas cosas maravillosas».

Y como quien ha hecho la prueba de alguna verdad, Tito miró a Martín, y le comentó:

—¿No te decía, pibe? «

 

Fragmento de «Sobre héroes y tumbas» de Ernesto Sábato.

  • 2016