Beatriz Tejada
No recuerdo cuándo conocí a Iván, así que supongo que debió ser en una fiesta y a altas horas de la noche. Lo hice a través de Borja, eso seguro, y en los años de facultad pero ¿quién sabe exactamente cuándo fue eso? Nos fuimos viendo sin quedar, coincidiendo en distintos sitios y por distintos motivos, poco a poco, en Madrid y alrededor del mundo.
Yo estuve en París de Erasmus en el 2000 y la hermana de Iván también vivía entonces allí y aún hoy sigue haciéndolo. Jorge, Borja e Iván venían de Lovaina de visitar a Pedro e hicieron escala en París en su camino de vuelta a Madrid. En París estuvimos un par de días paseando bajo todas las inclemencias que aquel año me regaló el invierno parisino.
Cuando acabó ese curso volví a Madrid y conocí a Javier. Llegó julio y yo tenía un viaje a Estocolmo que nos separó momentáneamente. Al volver a España, viajé al sur, al Cabo de Gata. En Rodalquilar me esperaba Javier y la felicidad absoluta. Unos días después llegó Iván a poner orden. Siempre le agradeceré que nada más cruzar la puerta de la casa cogiera la escoba y limpiara aquel caos que entre todos habíamos acumulado.
Volvimos a coincidir en México. A mí y a Borja nos habían dado una beca de posgrado de la UNAM y gracias a ello pasamos un año maravilloso viviendo en el D.F. Iván vino de visita y hace bien poquito sacó una foto nuestra en Palenque, en Chiapas. Me hizo mucha gracia verla porque me recordó mi habilidad para convertir las enormes fuentes de nachos que comíamos en chichas que fui acumulando minuciosamente durante todo el año.
En 2005 Javier y yo aprobamos nuestras opos y un grupo de amigos, entre los que se encontraba Iván, nos fuimos de nuevo a Rodalquilar para celebrarlo. Fueron días tranquilos en una casa muy bien situada: frente a Fidel. Los mojitos nos pillaban a manoa. Cuando llegó el siguiente marzo, Javier y yo celebramos nuestros cumpleaños. Iván nos trajo como regalo una foto que nos robó en la Cala de los Toros. Aparecemos Javier y yo desnudos, sentados sobre una roca frente al mar. Estamos entrelazados, hechos un gurruño el uno sobre el otro.
Un par de años después, Iván se quedó en nuestra casa de la calle Espíritu Santo unas semanas. Nosotros estábamos de viaje y él necesitaba una casa vacía. Nuestras plantas se lo agradecieron mucho y nosotros aún más. Al volver nos encontramos un regalo precioso: un grabado suyo de una pareja besándose. En rojo sobre fondo blanco, sólo se ven las caras de ambos unidos por los labios y formando un corazón. Aunque así escrito suena cursi, no lo es en absoluto. Este grabado nos ha acompañado desde entonces.
Iván comenzó a retratar gente hace ya muchos años, al inicio de la gran crisis. Javier de hecho ya ha pasado dos veces por sus manos pero yo, por uno u otro motivo, no había acudido a la cita. Al final este 30 de noviembre de 2016 me senté en el taburete frente al artista. Muchas gracias majo.